lunes, 19 de junio de 2017

UN NUEVO KAIRÓS FORMATIVO

UN NUEVO KAIRÓS FORMATIVO

Pbro. Antony Josué Pérez
07 de Junio de 2017

Porque precisamente uno de los fines de la formación sacerdotal es hacer capaces a los candidatos de responder a los desafíos actuales y por venir, la Iglesia venezolana debe plantearse, seriamente, aprovechando la fuerza animadora de la nueva Ratio, entrar en esta “experiencia emergente” que, puede ser, como dice un sabio sacerdote jesuita, “sumergente”, si no se logra atender con discernimiento.
En otra ocasión he señalado que la causa de nuestros males (Cfr. Venezuela, entre la idolatría y la penitencia, cooperadordelsr.blogspot.com), entre otras cosas, es la idolatría y, evidentemente, el fracaso del sistema político que nos gobierna, socialista, populista, claramente marxista-comunista. Esta verdad no deja de ser una ocasión para “ensimismarnos” en la experiencia: introducirnos sin prejuicios, objetivamente, en la realidad, aun con la tentación del desaliento y del dolor por el claro panorama de sufrimiento, pero con la mirada puesta en Jesucristo, el único suficiente para descansar (Cfr. Mt 11, 28).
Es nuestro deber como pastores conducir a pastos verdes de verdad, justicia y libertad a nuestro pueblo. Los seminaristas son parte de ese pueblo que, junto a nosotros, sufre y padece; ellos también tienen hambre de respuestas. Como todos jóvenes siguen planteándose preguntas que, necesariamente, contribuirán a configurar su vida con la de Jesús, el buen samaritano, el buen pastor que da la vida por sus ovejas (Cfr. Jn 10, 11).
Del “ahora”, queramos o no, va a depender la formación de buenos pastores para nuestra Iglesia. No estamos viviendo un tiempo coyuntural cualquiera. La fe, desde la que siempre hemos de ver los acontecimientos, nos sugiere, bajo la lógica redentora del sufrimiento-salvación, que la catástrofe y el diluvio también pueden ser kairos, tiempo de Dios. La imagen del desierto es adecuada para tener una idea de esta propuesta: Cristo mismo fue empujado por el Espíritu al desierto para ser tentado (Cfr. Mt 4, 1); así comenzó su ministerio, como lo hemos iniciado tantos sacerdotes jóvenes; en tiempo de pasión. Precisamente en el “desierto” Jesús, el único y suficiente, vence al diablo y su propuesta falaz, adornada de superficialidad, retocada con la fuerza y el poder, siempre llamativo del mundo.
Los que tenemos la grave responsabilidad de formar tenemos el desafío de “informar” la experiencia de los aspirantes con la de Cristo. La ascesis diaria —entiéndase, adentrase profundamente en la realidad— puede permitir que los jóvenes, saboreando lo amargo de su entorno, conozcan de cerca la fragilidad del hombre y, teniendo una visión más sensible de la persona humana, hallen la línea esperanzadora e iluminadora que separa el pecado de la gracia, la resignación de la confianza y puedan saborear, entonces, lo dulce de la fuerza transformadora del Resucitado.
Más allá de recetas pragmáticas, a veces estrictas y poco aplicables, como vislumbrando la deuda de las Normas básicas sobre la formación en Venezuela, es urgente pensar en algunos criterios o líneas generales que ayuden a la conducción de la formación en este tiempo especial. Lo que fue la cripta donde se ordenó Juan Pablo II, signo de la cruda realidad en medio de la cual se consagró a Dios, debe ser el seminario hoy para nuestros seminaristas; signo de esperanza, una comunidad donde se encarne realmente el sufrimiento de nuestro pueblo, cual Cruz, que pueda hacer de los aspirantes y discípulos del Señor verdaderos mensajeros y apóstoles de un Cristo realmente encarnado, que pueda transformar sus vidas y la de nuestra gente.
Los cristianos arriesgamos precisamente en tiempos difíciles. Por eso, es conveniente, como en todo tiempo, formar verdaderos pastores, cercanos al pueblo, llenos de esperanza y, sobre todo, profetas. El profetismo de nuestros seminaristas y de nosotros los sacerdotes debe ser el aspecto característico de este tiempo en Venezuela (Cfr. El sacerdote venezolano, profeta de la esperanza, cooperadordelsr.blogspot.com). Esto exige, sobre todo, conversión, para empezar por cada uno y no perder el tiempo en segundas causas; necesario es ir a la raíz. Ello exige, además, una fe madura y bien cimentada de todos cuanto somos agentes pastorales.
Ahora es más urgente, sobre todo en nuestro País, la buena selección de los candidatos y el acompañamiento personal de nuestros seminaristas. Una formación virtual en estos tiempos sería una cruel traición al bien de la Iglesia y a la dignidad misma de cuantos con mucha valentía han dado una respuesta generosa a Jesucristo. La formación y ascesis espiritual es el fundamento de cuanto podemos aspirar y esperar y la formación académica, donde la Doctrina Social de la Iglesia encaja como lo que es, camino evangélico para iluminar a la sociedad, tiene un lugar imprescindible. Sin agotar la riqueza de la formación sacerdotal y sin yuxtaponer sus dimensiones, tenemos la oportunidad de fortalecer los seminarios y hacer de nuestra comunidad de formación, cada día más, modelo de vida cristiana que reproduzcan y continúen la vida y acciones de la comunidad de los Doce con su Señor.
No pueden olvidar los seminaristas y ninguno de nosotros que la Iglesia es el lugar de la esperanza y que los poderes del infierno no prevalecerán contra ella. En medio de tanta calamidad la Iglesia permanecerá segura y firme, porque está construida, edificada, sobre la Roca. Tampoco olvidemos que estamos llamados a “dar la vida” (Jn 10, 10), a consumirnos totalmente y a abnegarnos con tenacidad, sin llamar la atención y sin sensacionalismos. Somos sal y luz del mundo, procuremos, pues, que la luz brille delante de la gente (Cfr. Mt 5, 13-16). Recientemente el Papa Francisco ha dicho que los cristianos no somos ni de derechas ni de izquierdas; precisamente ese es uno de los desafíos; seamos cristianos de Jesús, discípulos consecuentes y cooperadores del Señor (Cfr. 2Cor 6, 1).