UN NUEVO KAIRÓS FORMATIVO
Pbro. Antony Josué Pérez
07 de Junio de 2017
Porque
precisamente uno de los fines de la formación sacerdotal es hacer capaces a los
candidatos de responder a los desafíos actuales y por venir, la Iglesia
venezolana debe plantearse, seriamente, aprovechando la fuerza animadora de la
nueva Ratio, entrar en esta
“experiencia emergente” que, puede ser, como dice un sabio sacerdote jesuita, “sumergente”, si no se logra atender con
discernimiento.
En otra ocasión
he señalado que la causa de nuestros males (Cfr.
Venezuela, entre la idolatría y la penitencia, cooperadordelsr.blogspot.com),
entre otras cosas, es la idolatría y, evidentemente, el fracaso del sistema
político que nos gobierna, socialista, populista, claramente
marxista-comunista. Esta verdad no deja de ser una ocasión para “ensimismarnos”
en la experiencia: introducirnos sin prejuicios, objetivamente, en la realidad,
aun con la tentación del desaliento y del dolor por el claro panorama de
sufrimiento, pero con la mirada puesta en Jesucristo, el único suficiente para descansar (Cfr. Mt 11, 28).
Es nuestro deber
como pastores conducir a pastos verdes de verdad, justicia y libertad a nuestro
pueblo. Los seminaristas son parte de ese pueblo que, junto a nosotros, sufre y
padece; ellos también tienen hambre de respuestas. Como todos jóvenes siguen
planteándose preguntas que, necesariamente, contribuirán a configurar su vida
con la de Jesús, el buen samaritano, el buen pastor que da la vida por sus
ovejas (Cfr. Jn 10, 11).
Del “ahora”,
queramos o no, va a depender la formación de buenos pastores para nuestra
Iglesia. No estamos viviendo un tiempo coyuntural cualquiera. La fe, desde la
que siempre hemos de ver los acontecimientos, nos sugiere, bajo la lógica
redentora del sufrimiento-salvación, que la catástrofe y el diluvio también
pueden ser kairos, tiempo de Dios. La
imagen del desierto es adecuada para tener una idea de esta propuesta: Cristo
mismo fue empujado por el Espíritu al desierto para ser tentado (Cfr. Mt 4, 1);
así comenzó su ministerio, como lo hemos iniciado tantos sacerdotes jóvenes; en
tiempo de pasión. Precisamente en el “desierto” Jesús, el único y suficiente,
vence al diablo y su propuesta falaz, adornada de superficialidad, retocada con
la fuerza y el poder, siempre llamativo del mundo.
Los que tenemos
la grave responsabilidad de formar tenemos el desafío de “informar” la
experiencia de los aspirantes con la de Cristo. La ascesis diaria —entiéndase,
adentrase profundamente en la realidad— puede permitir que los jóvenes,
saboreando lo amargo de su entorno, conozcan de cerca la fragilidad del hombre
y, teniendo una visión más sensible de la persona humana, hallen la línea
esperanzadora e iluminadora que separa el pecado de la gracia, la resignación
de la confianza y puedan saborear, entonces, lo dulce de la fuerza
transformadora del Resucitado.
Más allá de
recetas pragmáticas, a veces estrictas y poco aplicables, como vislumbrando la
deuda de las Normas básicas sobre la formación en Venezuela, es urgente pensar en
algunos criterios o líneas generales que ayuden a la conducción de la formación
en este tiempo especial. Lo que fue
la cripta donde se ordenó Juan Pablo II, signo de la cruda realidad en medio de
la cual se consagró a Dios, debe ser el seminario hoy para nuestros
seminaristas; signo de esperanza, una comunidad donde se encarne realmente el
sufrimiento de nuestro pueblo, cual Cruz, que pueda hacer de los aspirantes y
discípulos del Señor verdaderos mensajeros y apóstoles de un Cristo realmente
encarnado, que pueda transformar sus vidas y la de nuestra gente.
Los cristianos
arriesgamos precisamente en tiempos difíciles. Por eso, es conveniente, como en
todo tiempo, formar verdaderos pastores, cercanos al pueblo, llenos de
esperanza y, sobre todo, profetas. El profetismo de nuestros seminaristas y de
nosotros los sacerdotes debe ser el aspecto característico de este tiempo en
Venezuela (Cfr. El sacerdote venezolano,
profeta de la esperanza, cooperadordelsr.blogspot.com). Esto exige, sobre
todo, conversión, para empezar por cada uno y no perder el tiempo en segundas
causas; necesario es ir a la raíz. Ello exige, además, una fe madura y bien
cimentada de todos cuanto somos agentes pastorales.
Ahora es más
urgente, sobre todo en nuestro País, la buena selección de los candidatos y el acompañamiento personal de nuestros
seminaristas. Una formación virtual
en estos tiempos sería una cruel traición al bien de la Iglesia y a la dignidad
misma de cuantos con mucha valentía han dado una respuesta generosa a
Jesucristo. La formación y ascesis espiritual es el fundamento de cuanto
podemos aspirar y esperar y la formación académica, donde la Doctrina Social de
la Iglesia encaja como lo que es, camino evangélico para iluminar a la
sociedad, tiene un lugar imprescindible. Sin agotar la riqueza de la formación
sacerdotal y sin yuxtaponer sus dimensiones, tenemos la oportunidad de
fortalecer los seminarios y hacer de nuestra comunidad de formación, cada día
más, modelo de vida cristiana que reproduzcan y continúen la vida y acciones de
la comunidad de los Doce con su Señor.
No pueden
olvidar los seminaristas y ninguno de nosotros que la Iglesia es el lugar de la
esperanza y que los poderes del infierno no prevalecerán contra ella. En medio
de tanta calamidad la Iglesia permanecerá segura y firme, porque está
construida, edificada, sobre la Roca. Tampoco olvidemos que estamos llamados a
“dar la vida” (Jn 10, 10), a consumirnos totalmente y a abnegarnos con
tenacidad, sin llamar la atención y sin sensacionalismos. Somos sal y luz del
mundo, procuremos, pues, que la luz brille delante de la gente (Cfr. Mt 5,
13-16). Recientemente el Papa Francisco ha dicho que los cristianos no somos ni
de derechas ni de izquierdas; precisamente ese es uno de los desafíos; seamos
cristianos de Jesús, discípulos consecuentes y cooperadores del Señor (Cfr.
2Cor 6, 1).