martes, 12 de mayo de 2020

VÌA CRUCIS 2020


DIÓCESIS DE MATURÍN
VÍA CRUCIS 2020

“Sus heridas nos han sanado”
1Pe 2, 24

Por el Pbro. Antony Josué Pérez
Rector del Seminario Mayor San Pablo Apóstol

INTRODUCCIÓN

Desde nuestra condición de cristianos nos hemos introducido al camino espiritual y penitencial de la Cuaresma, especialmente en este año en el que la Providencia hace más potente su llamado a la conversión “Conviértanse y crean” (Cfr. Mc 1, 15) y las circunstancias nos han confinado a permanecer juntos en nuestras casas. Ésta cuaresma es, sin más, bien particular. El mundo se ha puesto de rodillas para rezar y la Iglesia ha entrado como en un profundo silencio en medio de la densa oscuridad, semejante al de la Cruz (Cfr. Mt 27, 45), para suplicar, desde lo más hondo, al Dios de la vida, que escuche la súplica del mundo tan necesitado de redención: “Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha nuestra súplica” (Sal 130).
El Vía Crucis es, precisamente, un camino que se recorre desde lo hondo, desde lo más profundo del ser, ahí donde habla y camina Jesús. Por eso, cada estación, cada escena, cada palabra debe convertirse en una súplica que nazca desde lo más íntimo, desde el corazón, hasta hacerse memorial; dejar que nuestro sufrimiento y nuestra esperanza se vinculen al sufrimiento, a la Cruz y a la Resurrección de Jesús; que nuestras propias maldades se vean disipadas por las heridas del buen Dios. ¡Cuántas maldades, cuánta inmoralidad entre los cristianos, cuántas sombras ocultas detrás de la fachada del yo! Todo ese género de iniquidades puede ser superadas en la medida que demos cada paso, con y por Jesús, en el calvario (nuevo Edén) de la vida, de la sociedad y de la Iglesia y esperando con alegría los frutos de la resurrección.






















I ESTACIÓN
“Jesús es condenado a muerte”

P/ Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/ Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

DEL EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 15, 6. 12-15
“Cada Fiesta les concedía la libertad de un preso, el que pidieran… Pilato insistió: ¿Y qué voy hacer con el que llaman el rey de los judíos?” la gente volvió a gritar: “¡Crucifícalo!”. Pilato les dijo: “Pero ¿qué mal ha hecho?”. Mas ellos gritaron con más fuerza: “¡Crucifícalo!”. Pilato, entonces, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás. Y a Jesús, después de azotarle, lo entregó para que fuera crucificado”. Palabra del Señor.

MEDITACIÓN
Jesús, el Hijo de Dios, que ha venido al mundo para salvarlo del pecado y liberarlo de la esclavitud, es condenado; corre la suerte de los malhechores, se echa encima, desde ya, la vida de los suyos para ofrecerlos y ser presentados en el altar de su propio cuerpo. El justo es procesado e injustamente condenado. El santo se hizo pecado (Cfr 2Cor 5, 21). La condena de Jesús es el principio del cumplimiento de aquellas palabras del prólogo de Juan: “La Palabra era la luz verdadera… en el mundo estaba… pero el mundo no la conoció” (1, 9-10). La Luz es confinada al desprecio y a la humillación; Jesús es, una vez más, descartado. Los que gritaban, en el fondo desesperanzados y confundidos, realmente no saben lo que piden (Cfr. Mt 20, 22). Jesús es la Luz, es la Verdad y también hoy la luz y la verdad quieren ser condenadas y reducidas a tiniebla, como algo caduco, a la oscuridad de la mentira que sofoca los corazones. En contraste con esta afrenta mundana, la noche santa de la Vigilia Pascual, el Cirio que va delante, es testimonio de que las tinieblas no vencerán a la luz. El Señor es condenado cuando se invierten esfuerzos por reducirlo a un personaje inspirador de cosas buenas, como a una especie de superhéroe moderno o a un libro de recetas con algunas cosas interesantes. Jesús, como muchos hermanos hoy, es condenado a la perspicacia de la duda y a la desgracia del prejuicio; es condenado cada vez que hacemos de nuestras debilidades un estilo de vida y vivimos hiriendo y escandalizando a los más pequeños. Entonces, la maldad se convierte en ley y la injusticia en normalidad de un modus vivendi herido y ensordecido por los gritos egoístas deseosos de ser compensados.

ORACIÓN
Señor, inicias este camino sin triunfalismos, sino condenado. Te ha tocado, desde el principio ser humillado y abandonado a la suerte de los injustos. También hoy te pones en nuestras manos; líbranos de condenarte. Danos, más bien, tu Espíritu, para llevarte a los hombres y predicar la justicia y la libertad. Y si somos condenados, que la fuerza del mal no apague la luz de tu verdad. A Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

PADRE NUESTRO…











II ESTACIÓN
“Jesús con la cruz a cuestas”

P/ Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/ Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

DEL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 27, 27-29. 31 (Jn 19, 16b-17)
Entonces los soldados del procurador llevaron consigo a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte. Lo desnudaron y le echaron encima un manto de púrpura; trenzaron una corona de espinas y se la colocaron en la cabeza… Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas” … “Tomaron, pues, a Jesús, que, cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se dice Gólgota”. Palabra del Señor.

MEDITACIÓN
Ahora tienen sentido más claro aquellas palabras del mismo Señor a los discípulos, lo aparentemente absurdo manifiesta ahora su más profundo significado: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16, 24). Jesús, al cargar la cruz, se niega a sí mismo para seguir fielmente el plan de su Padre a quien ya en el monte de los Olivos le había dicho “que no se cumpla mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42). El seguimiento, hacer la voluntad del Señor implica, necesariamente, cargar su cruz; por esta experiencia redentora pasamos todos los bautizados y, especialmente los consagrados; somos sumergidos en este misterio. El sufrimiento lo mueve el amor; nadie es capaz de llevar sobre sus hombres la cruz pesada de la redención, de la prueba o de la propia vida, si no es por amor. El primer obstáculo para llevar la cruz es el miedo. Por eso, para cargar con el peso de la salvación hace falta determinación. Jesús, antes de pasar propiamente por la pasión, tomó la firme determinación de subir a Jerusalén (Cfr. Lc 9, 51), como ahora sube el sacerdote con su pueblo al altar. “El sufrimiento es esencial a la vida del hombre” (Juan Pablo II, Salvífici doloris, 2), por eso Cristo carga la cruz, porque redimirá al hombre en su integridad. Que no nos asuste la cruz ni el sufrimiento. Antes bien, pensemos en cómo se informan amor y dolor; el ejemplo más claro de esta realidad es el de la mujer que da a luz con dolor, y con amor. Los elementos que adornan aquella dura escena son la desnudez, la púrpura y la corona de espinas; es la desnudez de la vergüenza de nuestros primeros padres, la desnudez del miedo (Gn 2, 25; 3, 7. 10) redimidos en Aquel que se desnudaba, se despojaba tomando condición de esclavo, haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz (Cfr Fil 2, 6-8). La púrpura, imagen de su verdadera realeza estaba coronada de espinas y sufrimiento. La púrpura, propia de los poderosos, también es humillada, pues, es Él el que derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes (Cfr. Lc 1, 52).

ORACIÓN
Señor, nuestro sufrimiento no tiene sentido sin tu Cruz. Danos Tú Espíritu para cargarla con humildad y, si con dolor, no sin esperanza. Que su peso redentor nos desnude de las vestiduras del pecado y seamos revestidos de tu gloria, gloria de la que participas desde el principio. Que nuestros hombres estén listos y nuestra cabeza levantada para dar testimonio de ti, testimonio de cruz y no avergonzarnos de imitar tus dolores. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

PADRE NUESTRO…






III ESTACIÓN
“Jesús cae por primera vez”

P/ Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/ Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

DEL LIBRO DEL PROFETA ISAÍAS 53, 4-5
“¡Y de hecho cargó con nuestros males y soportó todas nuestras dolencias! Nosotros le tuvimos por azotado, herido por Dios y humillado. Mas fue herido por nuestras faltas, molido por nuestras culpas. Soportó el castigo que nos regenera, y fuimos curados con sus heridas”. Palabra de Dios.

MEDITACIÓN
Las caídas nos levantan. Nadie se queda tirado, sin más, en la nada. Los niños cuando van aprendiendo a caminar se caen y se levantan. Es propio del hombre caerse y levantarse —Natura hominem erexit—. Caen sistemas, regímenes. Caen desgracias, enfermedades. Cae la lluvia. Cae el incienso en el fuego y, como humo, como oración se eleva al cielo (Cfr Ap 8, 3-4). Ahora, bajo el peso de la cruz, cae Jesús; aparentemente derrotado y sin fuerzas se muestra una vez más humano, frágil. No esconde su humanidad. El mundo contemporáneo tiene miedo de mostrar quien es, su dura cerviz le impide mostrar su fragilidad, antes bien, se maquilla de fuerza y se niega a caer, a rendirse ante el poder salvífico de Dios. Sin embargo, algunas experiencias históricas y actuales nos han dejado una lección: el hombre necesita caer de rodillas. Así caen, postrados, los sacerdotes; caen, de rosillas los fieles ante la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía y junto con él que es elevado, nos levantamos.

ORACIÓN
Señor, somos tan frágiles como tú y tú tan débil como nosotros. Entiendes el peso que nos toca llevar y la tentación de quedarnos aplastados por la prueba. Levántanos, Señor, de nuestras caídas y ve junto a nosotros. Levanta a los tristes y a los alejados y ayúdales a seguir el camino. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

PADRE NUESTRO…






















IV ESTACIÓN
“Jesús se encuentra con su Madre”

P/ Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/ Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

DEL EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 2, 34-35.
“Simeón los bendijo y dijo a María, su Madre: “Éste está destinado para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción —¡A ti misma una espada te atravesará el alma! —, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones”. Palabra del Señor.

MEDITACIÓN
Los encuentros de Jesús con María eran a menudo, desde el pesebre. Pero ahora, les toca mirarse desde el sufrimiento. ¡Que consolador debió ser para Jesús ver a su Madre! La cercanía y el consuelo de la madre no necesita muchas palabras. El silencio de la pasión y más tarde, de la muerte, se dan tras la caricia silenciosa del Padre y de la Madre que sigue de cerca los pasos de su Hijo. El nuevo Adán se encuentra con la nueva Eva; uno, en el nuevo Edén nos libra del pecado y de la muerta; la otra, aplasta con su pureza la soberbia de satanás. Esta es una de las escenas más tiernas y completas de este camino. Jesús sabe que una espada se va introduciendo en el corazón inmaculado de aquella mujer. María sabe que su Hijo ha sudado sangre (Cfr Lc 22, 44) y el amor lo empuja a entregar la vida, como el buen pastor, que da la vida por sus ovejas (Cfr Jn 10, 11). María es capaz de hacer camino con su hijo, de mirarle su rostro ensangrentado porque ha creído (Cfr Lc 1, 45); ella es la Mujer de la fe, la Mujer de la pasión. Cada paso que da su hijo, ella lo da con él; se hace, una vez más cooperadora del Señor y para la Iglesia auxilium christianorum —auxilio de los cristianos—. El camino no hubiese sido igual sin María. Desde la Encarnación, ahora, en el momento culmen, María, en silencio sigue de pie, guardando todas aquellas cosas en su corazón (Cfr Lc 2, 51). Igual, muy difícil sería la vida cristiana y consagrada sin la presencia de la Madre; la ausencia de su mirada nos detendría. 

ORACIÓN
Señor, danos el consuelo de tu Madre; haznos experimentar su mirada consoladora. Ensancha nuestro corazón para amarla como tú y has que alcancemos de ella las gracias que el Padre le dio para llegar, un día, a contemplar tu rostro y tu mirada misericordiosa. A ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.















V ESTACIÓN
“El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz”

P/ Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/ Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

DEL EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 15, 20-21
Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron la púrpura, le pusieron sus ropas y lo sacaron fuera para crucificarlo. Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, que volvía del campo y pasaba por allí, fue obligado a cargar con su cruz”. Palabra del Señor.

MEDITACIÓN
El encuentro de aquellos dos hombres, ambos fatigados; uno por el trabajo, otro por la pasión, lo determina la cruz. Simón el Cireneo se encuentra con una escena ajena, quizá, pero en la que se incorpora dramáticamente. También en el camino, un samaritano se incorpora a través de la fatiga y el dolor en la vida de otro, que yacía medio muerto (Cfr. Lc 10, 33-35). Jesús, el Otro, había dicho “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os proporcionaré descanso” (Mt 11, 28); misteriosamente, ahora el fatigado y sobrecargado es el Señor. Es esa manera velada de cómo el Hijo del hombre se solidariza con la humanidad, asumiendo sus propias cargas y dolores. Simón, cuyo nombre significa “el que obedece” le toca ahora un trabajo más fructuoso que el del campo; sin saberlo, se hace sarmiento de la Vid verdadera y queda así destinado a dar mucho fruto (Cfr. Jn 15, 5). Al hombre de hoy también le toca cargar sus propias cruces y esperar diariamente el fruto de sus fatigas, como con una especie de sinsabor o desesperanza, pues, o las cruces son meros sufrimientos o el trabajo no echa raíces. El hombre contemporáneo está cansado y, fortuitamente, se le van sumando más y más dolores ¿qué puede hacer? ¿dejar la cruz de lado o asumirla, aunque le parezca ajena? Llevando la Cruz de Jesús lleva, al mismo tiempo, su propia cruz. En el Cireneo, también en los bautizados, se cumple el deseo del Padre de querer reservar una parte de los dolores de su hijo al Cuerpo Místico: “completo en mi cuerpo lo que falta a las tribulaciones de Cristo” (Col 1, 24). Con ello, cada uno, se hace cooperador del Señor; cargamos la cruz de Jesús, alcanzamos la salvación y contribuimos a la salvación de los demás.

ORACIÓN
Señor, ahora que nos incorporas a tu dolor, danos la fuerza para no echar de lado tu cruz y las cruces de cada día. Si te has hecho solidario con la humanidad pecadora, haznos a nosotros solidarios contigo y carguemos sobre nuestros frágiles hombros la cruz de la vida y de la esperanza en un mundo fatigado y cansado y que, incorporados a tus misterios, camines decididos al calvario y a la resurrección. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

PADRE NUESTRO…












VI ESTACIÓN
“Una mujer enjuga el rostro de Jesús”

P/ Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/ Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

DEL LIBRO DEL PROFETA ISAÍAS 53, 2-3
“No tenía apariencia ni presencia; le vimos y carecía de aspecto que pudiésemos estimar. Despreciado, marginado, hombre doliente y enfermizo, como de taparse el rostro por no verle”. Palabra de Dios.

MEDITACIÓN
A Dios no le ha bastado hablarle a su pueblo, sino que va más allá, le ha querido mostrar su rostro encarnándose, haciéndose hombre; el que lo mire ya no morirá, sino que vivirá. “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8). El rostro resplandeciente del Tabor (Cfr Mt 17, 2) expone ahora la crueldad de los golpes, de las bofetadas y salivazos; su faz está herida, desfigurada. Aquella mujer, sin miedo a los crueles varones que amenazan, interviene movida por el espíritu del salmo: “Digo para mis adentros: ‘Busca su rostro’. Sí, Yahvé, tu rostro busco: no me ocultes tu rostro” (Sal 27, 8-9), y limpia delicadamente sus mejillas. El lienzo es figura de aquel sudario que cubrirá la cabeza del Señor en el sepulcro (Cfr. Jn 20, 6-7) y que recoge las expresiones de su dolor; aquella delicada tela limpia el cáliz de la salvación. Ese mismo rostro, cubierto de heridas, será el mismo que se le aparecerá glorioso a otra mujer, a María Magdalena, el día de la Resurrección (Cfr. Mc 16, 9). Es el mismo rostro de los que hoy sufren hambre, indigencia e injusticia; es el rostro de los niños, de los presos, de nuestros semejantes. Al final del camino que a cada uno le toca recorrer, si sale al encuentro de Jesús podrá decir, ya no con lágrimas sino con alegría “He visto al Señor” (Jn 20, 18).

ORACIÓN
Señor, no nos ocultes tu rostro. Haz que tu mirada penetrante inunde y haga contrito nuestro corazón. Que no nos avergoncemos de tener un Cristo desfigurado, sino que podamos ver en tu rostro el rostro del Padre, la mirada de tu Madre; el amor de Dios y la dulzura de quien te amamantó. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

PADRE NUESTRO…


















VII ESTACIÓN
“Jesús cae por segunda vez”

P/ Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/ Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

DEL LIBRO DEL LAS LAMENTACIONES 3, 1-2. 9-11
“Yo soy el hombre que ha visto la aflicción bajo el látigo de su furor: Me ha llevado y me ha hecho caminar en tinieblas y sin luz. Ha cercado mi camino con sillares, ha torcido mis senderos. Me ha acechado como un oso, como un león escondido. Ha intrincado mi camino para desgarrarme, me ha dejado destrozado”. Palabra de Dios.

MEDITACIÓN
Exhausto, el Señor, cae por tierra; son nuestros pecados los que lo aplastan. Su camino está cercado de dolor e intrincado de sangre, polvo y acusaciones. Fácilmente quienes le miran piensan que todo acabaría ahí; quienes le conocen saben que Jesús no deja nada a medio camino: su voluntad está orientada al Gólgota. Con su fuerza anima y trae consigo a cuantos caen sin fuerzas ahora, producto de la enfermedad, del sufrimiento físico o moral. Jesús lleva una cruz mucho más pesada y se puede levantar, —“No avanzar es retroceder” (San Agustín)— pues lo mueve la voluntad del Padre y aun su plan no está consumado. La soberbia ha hecho caer al mundo de rodillas; la humanidad también hoy ha sido aplastada. Pero pensemos, ya Jesús había caído —aunque inocente— y levantado por todos. El Señor, el Profeta, el Mesías deja en ridículo la conciencia oscura del hombre necio que sabe que por su culpa Jesús sufre aquel escarnio. Los necios —es infinito el número de los necios— le ven caído, sin ningún remordimiento, le han devuelto la espalda. El resto fiel — los nuevos anawines— le siguen y sufren con Él cada caída, cada grito de dolor; van asociándose a sus sentimientos (Cfr. Flp 2, 5). Ahora en casa, donde estemos, cada uno va configurando su nostalgia, su sufrimiento o dolor con el de Jesús; a la hora de la oración “salí de mi postración y, con las vestiduras y el manto rasgados, caí de rodillas, extendí las manos” (Esd 9, 5), como aquel publicano del templo y sin levantar la mirada dije: “¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!” (Lc 18, 13).

ORACIÓN
Señor, al verte caído una vez más por nosotros, la vergüenza no nos deja levantar la mirada, pero levanta tú, Señor, nuestro corazón y haz que caminemos contigo y nos asociemos a tu dolor. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

PADRE NUESTRO…














VIII ESTACIÓN
“Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén”

P/ Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/ Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

DEL EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 23, 27-29. 31
“Le seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y lamentaban por él. Jesús se volvió a ellas y les dijo: ‘Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque llegarán días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, las entrañas que no engendraron y los pechos que no criaron! Porque si hacen esto con el leño verde, ¡qué no se hará con el seco?”. Palabra del Señor.

MEDITACIÓN
También hoy son muchos los que siguen a Jesús, aun en medio de tantos desafíos: persecuciones, difamaciones y muerte. No hay mucha diferencia entre el riesgo de la tarde de aquel día y el ocaso de un mundo agitado por el miedo a morir. Las mujeres, una vez más, muestran su determinación: le siguen, le reconocen y lloran porque le aman. A muchos se nos está olvidando llorar (Cfr. Papa Francisco); ya no lloramos a nuestros muertos, ni a los condenados, ni a los injustamente presos. El camino hacia el reposo final se ha desacralizado; ya no se guarda luto. Jesús consuela a aquellas que lloran, como consuela a la mujer adúltera con el perdón (Cfr. Jn 8, 10-11); o a Marta que llora por su hermano Lázaro (Cfr. Jn 11, 20-27); o a la viuda de Naín —lugar de consuelo— devolviéndole a su hijo (Cfr. Lc 7, 13-15). Jesús avanza, hace camino junto con los que lloran, con los que le condenan, con los espectadores y se vuelve a la mujer; el Señor tiene especial cariño por las mujeres de quienes siempre estuvo rodeado (Lc 8, 1-3): por su Madre (“Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan” (Lc 11, 28), por María, por Marta. Es el mismo cariño y respeto que la Iglesia tiene por la mujer y por su dignidad; a través de los pastores enjuga las lágrimas de tantas madres que lloran a sus hijos, de tantas esposas que lloran a sus esposos.

ORACIÓN
Señor, el mundo que rechaza el llanto ahora siente deseo de llorar: de llorar a los pobres, a los fallecidos, a los niños que sufren la guerra, a los ancianos solos. Transforma nuestro llanto en gozo y has de la Iglesia y del mundo los cielos nuevos y la tierra nueva que se nos promete. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

PADRE NUESTRO…















IX ESTACIÓN
“Jesús cae por tercera vez”

P/ Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/ Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

DEL LIBRO DE LAS LAMENTACIONES 3, 27-30
“Bueno es para el hombre soportar el yugo desde su mocedad. Que se esté solo y silencioso, cuando el Señor se lo impone; que humilla su boca en el polvo: quizá así quede esperanza; que ponga la mejilla a quien lo hiere, que se harte de oprobios”. Palabra de Dios.

MEDITACIÓN
Nuevamente el cuerpo de Jesús cae en tierra, seguro violentamente, por su natural fragilidad. El dolor y el peso de la cruz han debilitado más sus fuerzas físicas. Sin embargo, aún le falta mucho que recorrer. Si Jesús hubiese dejado todo hasta aquí habrían tenido éxito las tentaciones del enemigo, pero no, Jesús es Dios y Dios es amor. La fuerza del amor por los hombres lo mueven, lo levantan; parece imposible, pero su caída es breve, como breve es la vida de este mundo desde la caída de Adán y eterna la vida en Dios ganada por Jesucristo. El Señor no se queja, no grita improperios; asumió en silencio aquella prueba e iba como cordero al matadero (Cfr. Is 53, 7) ¡Que fecundo es el silencio! Sus labios silenciosos gustan el polvo del camino, ¡recuerda, hombre, que eres polvo! Sus verdugos no tienen compasión de Él; le levantan con violencia. ¡Cuánta soberbia hay detrás de una corrección sin caridad! No es la mano de un discípulo, no son los brazos de su Madre quien le levanta, es su verdugo ¡Cuántos verdugos! ¡Cuántas torturas! ¡Cuántos torturados!

ORACIÓN
Señor, volviste a caer. Ya no te quedan muchas fuerzas y quieres que te ayudemos a levantar. Danos el don de tu Espíritu, para que, por los méritos de tu pasión alcancemos la fuerza que también a nosotros nos falta para levantarnos e ir hasta ti y ver, y quedarnos contigo. Que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

PADRE NUESTRO…



















X ESTACIÓN
“Jesús es despojado de sus vestiduras”

P/ Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/ Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

DEL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 19, 23-24
“Los soldados después de crucificar a Jesús, tomaron sus vestidos e hicieron con ellos cuatro lotes, uno para cada soldado. Tomaron también la túnica, que no tenía costura; estaba tejida de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron: ‘Mejor no romperla; echemos a suertes, a ver a quién le toca”.  Palabra del Señor.

MEDITACIÓN
Jesús ya está en el Gólgota, en el lugar donde será crucificado. Su camino ha sido distinto al de su entrada en Jerusalén cuando lo recibieron conmovidos (Cfr. Mt 21, 8-11). Ya no hay mantos, ni ramas, ni hosannas, pero Él seguía siendo el bendito, el que vienen en nombre del Señor; su identidad sigue siendo la misma, es el Hijo del Altísimo (Cfr. Lc 1, 32). En Belén —casa del pan— fue envuelto en pañales (Cfr. Lc 2, 12); en Jerusalén fue despojado de sus vestiduras. Sus verdugos hacen fiesta con sus ropas y echan a suerte su túnica, inconsútil, única, como Una es la Iglesia —San Cipriano—. Una vez más le hacen pasar por la vergüenza de la desnudez, le confirman malhechor, le denigran e hieren su dignidad; también hoy son muchos los despojados de su dignidad: se les violan sus derechos: son despojados de la justicia, del amor, del pan, de los bienes. Jesús pasa por aquella humillación para vestirnos del hombre nuevo y reconciliarnos con Dios por medio de la cruz (Cfr. Ef 2, 15-16); en eso consiste la nueva vida en Cristo, en revestirse del Hombre Nuevo, creado según Dios (Cfr. Ef 4, 24). La Iglesia, los cristianos, revestidos de Dios, se despojan de sí mismos para darse a los verdaderamente despojados de este mundo: los pobres, los enfermos, los abandonados, los separados.

ORACIÓN
Señor, te despojas de todo, al punto de rebajarte hasta la muerte. ¡Cuánto nos cuesta a nosotros deshacernos de lo superficial! Haz que aspiremos, más bien, las cosas del cielo, las eternas. Despójanos tú, Señor, de cuanto nos pesa y nos oprime y revístenos del hombre nuevo. A Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

PADRE NUESTRO…

















XI ESTACIÓN
“Jesús clavado en la cruz”

P/ Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/ Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

DEL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 27, 37-38
“Sobre su cabeza pusieron, por escrito, la causa de su condena: ‘Éste es Jesús, el rey de los judíos’. Y al mismo tiempo que él crucificaron a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda”. Palabra del Señor.

MEDITACIÓN
Sucede lo esperado, Jesús ha sido crucificado; era la hora tercia (Cfr. Mc 15, 25); ahora sus brazos se extienden en el travesaño del madero, sus santas y venerables manos han sido clavadas. Es una escena mucho más dramática. Las intransigentes palabras de Pilato tienen lugar: “Lo escrito, escrito está” (Jn 19, 22). Lo anunciado por el mismo Jesús se ha cumplido: “El Hijo del hombre será entregado… lo condenarán a muerte” (Mc 10, 33). Su sacrificio está por consumarse, no se baja de la cruz, más bien, es elevado, como Moisés elevó la serpiente de la salud en lo alto (Cfr. Núm 21, 8-9) y así mirarán al que traspasaron (Cfr Zac 12, 10; Jn 19, 37). Nunca fue un Dios escondido, siempre se dejó ver; en esto consiste la grandeza de la Encarnación: que Dios se deja ver y el que lo mire, ese vivirá. Crucificado, siente sed y, por agua, le dieron vinagre (Cfr. Jn 19, 28-29). La sed de Jesús nos remonta al encuentro con la samaritana a quien le pidió de beber (Cfr. Jn 4, 7). Desde la cruz el Señor sigue teniendo sed de nuestra fe y de nuestra fidelidad a su palabra; él es, al mismo tiempo, el agua que calma la sed: “el que beba del agua que yo le dé no tendrá sed jamás” (Jn 4, 14). Desde la cruz sigue perdonando: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34); perdona al buen ladrón (Cfr. Lc 23, 39-43). Desde la cruz, entrega a su Madre al Apóstol (Cfr. Jn 19, 26-27). E insólitamente, siente la ausencia de su Padre: “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15, 34), era la hora nona. Desde la cruz Jesús nos dejó una oración: el cristiano, siempre ayudado por María, su madre, podrá gritar a Dios, podrá perdonar, podrá ser traspasado de amor.

ORACIÓN
Señor, siempre vivo pero crucificado aun en tantos que te dan la espalda, en tantos perseguidos, en la Iglesia. Tus heridas nos han sanado y tu dolor nos han alcanzado fortaleza, para suplicar desde lo más hondo, ¡Dios mío, Dios mío! Que nuestra súplica, aun en medio del sufrimiento, sea confiada y haga de nosotros, hombres misericordiosos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

PADRE NUESTRO…













XII ESTACIÓN
“Jesús muere en la cruz”

P/ Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/ Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

DEL EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 15, 33. 37-39
“Llegada la hora sexta —hacia el mediodía—, la oscuridad cubrió toda la tierra hasta la hora nona —hasta las tres de la tarde—. Jesús, lanzando un fuerte grito, expiró. Entonces el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba frente a él, al ver que había expirado de aquella manera, dijo: ‘Verdaderamente este hombre era hijo de Dios”. Palabra del Señor.

MEDITACIÓN
También Jesús quiso experimentar la muerte; antes había llorado la muerte de su amigo Lázaro (Cfr. Jn 11, 35) y seguro la de su padre San José. El Señor no simula que muere, no duerme, ha muerto verdaderamente, como profesamos en el Credo: “fue crucificado, muerto y sepultado”. Antes de morir, dijo: “Todo está cumplido’. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu” (Jn 19, 30); su costado fue traspasado y al instante salió sangre y agua (Cfr. Jn 19, 34); nace la Iglesia y con ella los sacramentos más importantes, el Bautismo y la Eucaristía. Como en la sinagoga de Nazaret, en el Gólgota todos los ojos estaban fijos en él (Cfr. Lc 4, 20): los de su Madre, los del Apóstol. También nuestros ojos están mirándole y nuestras almas se llenan de él; nuestra esperanza está puesta en él. Sabemos lo que, en silencio, está pasando. Aquella escena parece el fin, y hasta el cosmos se conmueve; la creación entera está expectante (Cfr. Rm 8, 19). Ésta escena se actualiza cada vez que la Iglesia celebra la Santa Misa; anuncia la muerte y proclama la resurrección del Señor. Naturalmente, pensamos ahora en todos los que han muerto y se han asociado e incorporado por el bautismo a la muerte de Jesús (Cfr. Rm 6, 3-11); el que haya creído en él, vivirá (Cfr. Jn 11, 25-26). En medio de la densa oscuridad, se alza el Señor Crucificado; ha vencido. El amor siempre vence (Cfr. Juan Pablo II).

ORACIÓN
Señor, adoramos tu Cruz gloriosa; bebemos las gracias derramadas de tu costado y nos hacemos partícipes de tu muerte para resucitar un día contigo. En medio del sufrimiento, del escándalo y de la muerte, danos la fe de aquel hombre que te reconoce, aun en medio de la oscuridad del mundo, como el verdadero Hijo de Dios. A Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

PADRE NUESTRO…














XIII ESTACIÓN
“Jesús es bajado de la cruz”

P/ Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/ Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

DEL EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 15, 42-43. 45-46
“Ya al atardecer, como era la Preparación, es decir, la víspera del sábado, vino José de Arimatea… y tuvo la valentía de entrar donde Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús; informado por el centurión, concedió el cuerpo a José. Éste compró una sábana y lo descolgó de la cruz”. Palabra del Señor.

MEDITACIÓN
Jesús, muerto, entra al Santuario, pasa el umbral de éste mundo, ofreciendo su propia sangre, alcanzándonos así la liberación definitiva (Cfr. Heb 9, 11-13). La Madre de Jesús está ahí, al pie de la cruz; ella recoge en el cáliz de su corazón traspasado la sangre purísima de su Hijo; enjuga las lágrimas del Apóstol y as mujeres que le acompañan. La Virgen Madre no olvida la escena del pesebre ni la ternura de Aquel niño que llora por ser amamantado de sus pechos. Ahora, el pesebre es la cruz, el Hijo grita de dolor, exhala el espíritu, está muerto. Sus brazos se extienden para abrazarlo; María está impregnada de él. Tal vez se esfuerza en decir algo y, aunque no diga nada, le basta amar. “Ella nos da a luz ‘de nuevo’ al pie de la cruz, porque ya lo ha hecho una primera vez, no en el dolor, sino en la alegría, cuando dio al mundo justamente aquella ‘Palabra viva y eterna’, que es Cristo, en el cual fuimos regenerados” (Cfr. Raniero Cantalamessa) y que ahora recibe, muerto, en sus brazos. Así lo toman los sacerdotes y los fieles en sus manos, muerto y resucitado porque es fuerza de Dios (Cfr. 1Cor 1, 18).

ORACIÓN
Señor, te has puesto en nuestras manos, en las manos de tu Madre; aun siendo Dios quieres dejarte abrazar por la humanidad. Hecho Pan quieres dejarte comer por los hombres y, ahora, camino al sepulcro, nos dejas el perfume de tu misión cumplida. Danos ser partícipes conscientes de este misterio. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

PADRE NUESTRO…



















XIV ESTACIÓN
“Jesús es puesto en el sepulcro”

P/ Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/ Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

DEL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 27, 59-60
“José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo puso en su sepulcro nuevo que había hecho excavar en la roca; luego, hizo rodar una gran piedra hasta la entrada del sepulcro y se fue”. Palabra del Señor.

MEDITACIÓN
El cuerpo sin vida del Señor es envuelto en sábanas y ungido para la sepultura; el que ha muerto es un hombre. Los pañales del pesebre y la mirra de los magos ya anunciaban su muerte. Ha muerto el Ungido, el Cristo. La tristeza oscura de aquella tarde compungió el corazón de todos. Los discípulos, tristes y decepcionados no lograban entender aquella escena, pero su corazón ardía (Cfr. Lc 24, 16-21. 32). Con razón dirá san Pablo que la cruz es escándalo para los que se pierden, más para los que se salvan es fuerza de Dios (Cfr 1Cor 1, 18. 23). Jesús, no sólo experimenta la muerte, sino también el sepulcro, es enterrado; la dignidad de su cuerpo es preservada de ser mutilada o abandonada; es preservado de la corrupción y desciende a los infiernos (Cfr. Credo apostólico) a rescatar a los que estaban condenados (Cfr. 1Pe 3, 19). ¡Cuántos se quedan hoy sin sepulcro! ¡A cuántos les toca hoy sortear un lugar donde descansar en paz! Jesús quiere hacerse semejante en todo a sus hermanos (Cfr. Heb 2, 17); hasta en su sepultura participa de nuestra humanidad y, nosotros de la suya, participamos de su divinidad, pues, por el bautismo fuimos sepultados con él (Cfr. Rm 6, 4). Las aguas del bautismo son como un sepulcro donde debemos dejar el pecado y nuestra antigua vida para salir regenerados — resucitados— en la gracia que nos hace hijo de Dios.

ORACIÓN
Señor, experimentaste el dolor, la muerte y el sepulcro. Libre de toda corrupción nos ha hecho partícipes, por el bautismo de tu misma condición y no perecer en la corrupción eterna. Cuando seamos llamados, danos la gracia de descansar dignamente y que sobre nuestra lápida pueda olerse la fragancia de Cristo. Que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

PADRE NUESTRO…