DIÓCESIS DE MATURÍN
VÍA CRUCIS 2020
“Sus heridas nos han sanado”
1Pe 2, 24
Por el Pbro. Antony Josué Pérez
Rector del Seminario Mayor San Pablo Apóstol
INTRODUCCIÓN
Desde nuestra condición de cristianos nos hemos
introducido al camino espiritual y penitencial de la Cuaresma, especialmente en
este año en el que la Providencia hace más potente su llamado a la conversión “Conviértanse y crean” (Cfr. Mc 1, 15) y
las circunstancias nos han confinado a permanecer juntos en nuestras casas.
Ésta cuaresma es, sin más, bien particular. El mundo se ha puesto de rodillas
para rezar y la Iglesia ha entrado como en un profundo silencio en medio de la
densa oscuridad, semejante al de la Cruz (Cfr. Mt 27, 45), para suplicar, desde
lo más hondo, al Dios de la vida, que escuche la súplica del mundo tan
necesitado de redención: “Desde lo hondo
a ti grito, Señor; Señor, escucha nuestra súplica” (Sal 130).
El Vía Crucis es, precisamente, un camino que se
recorre desde lo hondo, desde lo más profundo del ser, ahí donde habla y camina
Jesús. Por eso, cada estación, cada escena, cada palabra debe convertirse en
una súplica que nazca desde lo más íntimo, desde el corazón, hasta hacerse
memorial; dejar que nuestro sufrimiento y nuestra esperanza se vinculen al
sufrimiento, a la Cruz y a la Resurrección de Jesús; que nuestras propias
maldades se vean disipadas por las heridas del buen Dios. ¡Cuántas maldades,
cuánta inmoralidad entre los cristianos, cuántas sombras ocultas detrás de la
fachada del yo! Todo ese género de iniquidades puede ser superadas en la medida
que demos cada paso, con y por Jesús, en el calvario (nuevo Edén) de la vida,
de la sociedad y de la Iglesia y esperando con alegría los frutos de la
resurrección.
I ESTACIÓN
“Jesús es condenado a muerte”
P/
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
DEL EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS
15, 6. 12-15
“Cada
Fiesta les concedía la libertad de un preso, el que pidieran… Pilato insistió:
¿Y qué voy hacer con el que llaman el rey de los judíos?” la gente volvió a
gritar: “¡Crucifícalo!”. Pilato les dijo: “Pero ¿qué mal ha hecho?”. Mas ellos
gritaron con más fuerza: “¡Crucifícalo!”. Pilato, entonces, queriendo complacer
a la gente, les soltó a Barrabás. Y a Jesús, después de azotarle, lo entregó
para que fuera crucificado”. Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Jesús,
el Hijo de Dios, que ha venido al mundo para salvarlo del pecado y liberarlo de
la esclavitud, es condenado; corre la suerte de los malhechores, se echa
encima, desde ya, la vida de los suyos para ofrecerlos y ser presentados en el
altar de su propio cuerpo. El justo es procesado e injustamente condenado. El
santo se hizo pecado (Cfr 2Cor 5, 21). La condena de Jesús es el principio del
cumplimiento de aquellas palabras del prólogo de Juan: “La Palabra era la luz verdadera… en el mundo estaba… pero el mundo no
la conoció” (1, 9-10). La Luz es confinada al desprecio y a la humillación;
Jesús es, una vez más, descartado. Los que gritaban, en el fondo
desesperanzados y confundidos, realmente no saben lo que piden (Cfr. Mt 20,
22). Jesús es la Luz, es la Verdad y también hoy la luz y la verdad quieren ser
condenadas y reducidas a tiniebla, como algo caduco, a la oscuridad de la
mentira que sofoca los corazones. En contraste con esta afrenta mundana, la
noche santa de la Vigilia Pascual, el Cirio que va delante, es testimonio de
que las tinieblas no vencerán a la luz. El Señor es condenado cuando se
invierten esfuerzos por reducirlo a un personaje inspirador de cosas buenas,
como a una especie de superhéroe moderno o a un libro de recetas con algunas
cosas interesantes. Jesús, como muchos hermanos hoy, es condenado a la
perspicacia de la duda y a la desgracia del prejuicio; es condenado cada vez
que hacemos de nuestras debilidades un estilo de vida y vivimos hiriendo y
escandalizando a los más pequeños. Entonces, la maldad se convierte en ley y la
injusticia en normalidad de un modus
vivendi herido y ensordecido por los gritos egoístas deseosos de ser
compensados.
ORACIÓN
Señor,
inicias este camino sin triunfalismos, sino condenado. Te ha tocado, desde el
principio ser humillado y abandonado a la suerte de los injustos. También hoy
te pones en nuestras manos; líbranos de condenarte. Danos, más bien, tu
Espíritu, para llevarte a los hombres y predicar la justicia y la libertad. Y
si somos condenados, que la fuerza del mal no apague la luz de tu verdad. A Ti
que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
PADRE NUESTRO…
II ESTACIÓN
“Jesús con la cruz a cuestas”
P/
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
DEL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO
27, 27-29. 31 (Jn 19, 16b-17)
Entonces
los soldados del procurador llevaron consigo a Jesús al pretorio y reunieron
alrededor de él a toda la cohorte. Lo desnudaron y le echaron encima un manto
de púrpura; trenzaron una corona de espinas y se la colocaron en la cabeza…
Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas”
… “Tomaron, pues, a Jesús, que, cargando con su cruz, salió hacia el lugar
llamado Calvario, que en hebreo se dice Gólgota”. Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Ahora
tienen sentido más claro aquellas palabras del mismo Señor a los discípulos, lo
aparentemente absurdo manifiesta ahora su más profundo significado: “Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16, 24). Jesús, al cargar
la cruz, se niega a sí mismo para seguir fielmente el plan de su Padre a quien
ya en el monte de los Olivos le había dicho “que
no se cumpla mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42). El seguimiento, hacer
la voluntad del Señor implica, necesariamente, cargar su cruz; por esta
experiencia redentora pasamos todos los bautizados y, especialmente los
consagrados; somos sumergidos en este misterio. El sufrimiento lo mueve el
amor; nadie es capaz de llevar sobre sus hombres la cruz pesada de la redención,
de la prueba o de la propia vida, si no es por amor. El primer obstáculo para
llevar la cruz es el miedo. Por eso, para cargar con el peso de la salvación
hace falta determinación. Jesús, antes de pasar propiamente por la pasión, tomó
la firme determinación de subir a Jerusalén (Cfr. Lc 9, 51), como ahora sube el
sacerdote con su pueblo al altar. “El
sufrimiento es esencial a la vida del hombre” (Juan Pablo II, Salvífici doloris, 2), por eso Cristo
carga la cruz, porque redimirá al hombre en su integridad. Que no nos asuste la
cruz ni el sufrimiento. Antes bien, pensemos en cómo se informan amor y dolor;
el ejemplo más claro de esta realidad es el de la mujer que da a luz con dolor,
y con amor. Los elementos que adornan aquella dura escena son la desnudez, la
púrpura y la corona de espinas; es la desnudez de la vergüenza de nuestros
primeros padres, la desnudez del miedo (Gn 2, 25; 3, 7. 10) redimidos en Aquel
que se desnudaba, se despojaba tomando condición de esclavo, haciéndose
obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz (Cfr Fil 2, 6-8). La púrpura,
imagen de su verdadera realeza estaba coronada de espinas y sufrimiento. La
púrpura, propia de los poderosos, también es humillada, pues, es Él el que
derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes (Cfr. Lc 1, 52).
ORACIÓN
Señor,
nuestro sufrimiento no tiene sentido sin tu Cruz. Danos Tú Espíritu para
cargarla con humildad y, si con dolor, no sin esperanza. Que su peso redentor
nos desnude de las vestiduras del pecado y seamos revestidos de tu gloria,
gloria de la que participas desde el principio. Que nuestros hombres estén
listos y nuestra cabeza levantada para dar testimonio de ti, testimonio de cruz
y no avergonzarnos de imitar tus dolores. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
PADRE
NUESTRO…
III ESTACIÓN
“Jesús cae por primera vez”
P/
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
DEL LIBRO DEL PROFETA ISAÍAS
53, 4-5
“¡Y
de hecho cargó con nuestros males y soportó todas nuestras dolencias! Nosotros
le tuvimos por azotado, herido por Dios y humillado. Mas fue herido por
nuestras faltas, molido por nuestras culpas. Soportó el castigo que nos
regenera, y fuimos curados con sus heridas”. Palabra de Dios.
MEDITACIÓN
Las
caídas nos levantan. Nadie se queda tirado, sin más, en la nada. Los niños
cuando van aprendiendo a caminar se caen y se levantan. Es propio del hombre
caerse y levantarse —Natura hominem
erexit—. Caen sistemas, regímenes. Caen desgracias, enfermedades. Cae la
lluvia. Cae el incienso en el fuego y, como humo, como oración se eleva al
cielo (Cfr Ap 8, 3-4). Ahora, bajo el peso de la cruz, cae Jesús; aparentemente
derrotado y sin fuerzas se muestra una vez más humano, frágil. No esconde su
humanidad. El mundo contemporáneo tiene miedo de mostrar quien es, su dura
cerviz le impide mostrar su fragilidad, antes bien, se maquilla de fuerza y se
niega a caer, a rendirse ante el poder salvífico de Dios. Sin embargo, algunas
experiencias históricas y actuales nos han dejado una lección: el hombre
necesita caer de rodillas. Así caen, postrados, los sacerdotes; caen, de
rosillas los fieles ante la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía y
junto con él que es elevado, nos levantamos.
ORACIÓN
Señor,
somos tan frágiles como tú y tú tan débil como nosotros. Entiendes el peso que
nos toca llevar y la tentación de quedarnos aplastados por la prueba.
Levántanos, Señor, de nuestras caídas y ve junto a nosotros. Levanta a los
tristes y a los alejados y ayúdales a seguir el camino. Por Cristo nuestro
Señor. Amén.
PADRE
NUESTRO…
IV ESTACIÓN
“Jesús se encuentra con su
Madre”
P/
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
DEL EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS
2, 34-35.
“Simeón
los bendijo y dijo a María, su Madre: “Éste está destinado para caída y
elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción —¡A ti misma una
espada te atravesará el alma! —, a fin de que queden al descubierto las
intenciones de muchos corazones”. Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Los
encuentros de Jesús con María eran a menudo, desde el pesebre. Pero ahora, les
toca mirarse desde el sufrimiento. ¡Que consolador debió ser para Jesús ver a
su Madre! La cercanía y el consuelo de la madre no necesita muchas palabras. El
silencio de la pasión y más tarde, de la muerte, se dan tras la caricia
silenciosa del Padre y de la Madre que sigue de cerca los pasos de su Hijo. El
nuevo Adán se encuentra con la nueva Eva; uno, en el nuevo Edén nos libra del
pecado y de la muerta; la otra, aplasta con su pureza la soberbia de satanás.
Esta es una de las escenas más tiernas y completas de este camino. Jesús sabe
que una espada se va introduciendo en el corazón inmaculado de aquella mujer.
María sabe que su Hijo ha sudado sangre (Cfr Lc 22, 44) y el amor lo empuja a
entregar la vida, como el buen pastor, que da la vida por sus ovejas (Cfr Jn
10, 11). María es capaz de hacer camino con su hijo, de mirarle su rostro
ensangrentado porque ha creído (Cfr Lc 1, 45); ella es la Mujer de la fe, la
Mujer de la pasión. Cada paso que da su hijo, ella lo da con él; se hace, una
vez más cooperadora del Señor y para la Iglesia auxilium christianorum —auxilio de los cristianos—. El camino no
hubiese sido igual sin María. Desde la Encarnación, ahora, en el momento
culmen, María, en silencio sigue de pie, guardando todas aquellas cosas en su
corazón (Cfr Lc 2, 51). Igual, muy difícil sería la vida cristiana y consagrada
sin la presencia de la Madre; la ausencia de su mirada nos detendría.
ORACIÓN
Señor,
danos el consuelo de tu Madre; haznos experimentar su mirada consoladora.
Ensancha nuestro corazón para amarla como tú y has que alcancemos de ella las
gracias que el Padre le dio para llegar, un día, a contemplar tu rostro y tu
mirada misericordiosa. A ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
V ESTACIÓN
“El Cireneo ayuda a Jesús a
llevar la cruz”
P/
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
DEL EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS
15, 20-21
“Cuando se hubieron burlado de
él, le quitaron la púrpura, le pusieron sus ropas y lo sacaron fuera para
crucificarlo. Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, que volvía del
campo y pasaba por allí, fue obligado a cargar con su cruz”. Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
El
encuentro de aquellos dos hombres, ambos fatigados; uno por el trabajo, otro
por la pasión, lo determina la cruz. Simón el Cireneo se encuentra con una
escena ajena, quizá, pero en la que se incorpora dramáticamente. También en el
camino, un samaritano se incorpora a través de la fatiga y el dolor en la vida
de otro, que yacía medio muerto (Cfr. Lc 10, 33-35). Jesús, el Otro, había
dicho “Venid a mí todos los que estáis
fatigados y sobrecargados, y yo os proporcionaré descanso” (Mt 11, 28);
misteriosamente, ahora el fatigado y sobrecargado es el Señor. Es esa manera
velada de cómo el Hijo del hombre se solidariza con la humanidad, asumiendo sus
propias cargas y dolores. Simón, cuyo nombre significa “el que obedece” le toca
ahora un trabajo más fructuoso que el del campo; sin saberlo, se hace sarmiento
de la Vid verdadera y queda así destinado a dar mucho fruto (Cfr. Jn 15, 5). Al
hombre de hoy también le toca cargar sus propias cruces y esperar diariamente
el fruto de sus fatigas, como con una especie de sinsabor o desesperanza, pues,
o las cruces son meros sufrimientos o el trabajo no echa raíces. El hombre
contemporáneo está cansado y, fortuitamente, se le van sumando más y más
dolores ¿qué puede hacer? ¿dejar la cruz de lado o asumirla, aunque le parezca
ajena? Llevando la Cruz de Jesús lleva, al mismo tiempo, su propia cruz. En el
Cireneo, también en los bautizados, se cumple el deseo del Padre de querer
reservar una parte de los dolores de su hijo al Cuerpo Místico: “completo en mi cuerpo lo que falta a las
tribulaciones de Cristo” (Col 1, 24). Con ello, cada uno, se hace
cooperador del Señor; cargamos la cruz de Jesús, alcanzamos la salvación y
contribuimos a la salvación de los demás.
ORACIÓN
Señor,
ahora que nos incorporas a tu dolor, danos la fuerza para no echar de lado tu
cruz y las cruces de cada día. Si te has hecho solidario con la humanidad
pecadora, haznos a nosotros solidarios contigo y carguemos sobre nuestros
frágiles hombros la cruz de la vida y de la esperanza en un mundo fatigado y
cansado y que, incorporados a tus misterios, camines decididos al calvario y a
la resurrección. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
PADRE
NUESTRO…
VI ESTACIÓN
“Una mujer enjuga el rostro de
Jesús”
P/
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
DEL LIBRO DEL PROFETA ISAÍAS
53, 2-3
“No
tenía apariencia ni presencia; le vimos y carecía de aspecto que pudiésemos
estimar. Despreciado, marginado, hombre doliente y enfermizo, como de taparse
el rostro por no verle”. Palabra de Dios.
MEDITACIÓN
A
Dios no le ha bastado hablarle a su pueblo, sino que va más allá, le ha querido
mostrar su rostro encarnándose, haciéndose hombre; el que lo mire ya no morirá,
sino que vivirá. “Bienaventurados los
limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8). El rostro
resplandeciente del Tabor (Cfr Mt 17, 2) expone ahora la crueldad de los
golpes, de las bofetadas y salivazos; su faz está herida, desfigurada. Aquella
mujer, sin miedo a los crueles varones que amenazan, interviene movida por el
espíritu del salmo: “Digo para mis
adentros: ‘Busca su rostro’. Sí, Yahvé, tu rostro busco: no me ocultes tu
rostro” (Sal 27, 8-9), y limpia delicadamente sus mejillas. El lienzo es
figura de aquel sudario que cubrirá la cabeza del Señor en el sepulcro (Cfr. Jn
20, 6-7) y que recoge las expresiones de su dolor; aquella delicada tela limpia
el cáliz de la salvación. Ese mismo rostro, cubierto de heridas, será el mismo
que se le aparecerá glorioso a otra mujer, a María Magdalena, el día de la
Resurrección (Cfr. Mc 16, 9). Es el mismo rostro de los que hoy sufren hambre,
indigencia e injusticia; es el rostro de los niños, de los presos, de nuestros
semejantes. Al final del camino que a cada uno le toca recorrer, si sale al
encuentro de Jesús podrá decir, ya no con lágrimas sino con alegría “He visto al Señor” (Jn 20, 18).
ORACIÓN
Señor,
no nos ocultes tu rostro. Haz que tu mirada penetrante inunde y haga contrito
nuestro corazón. Que no nos avergoncemos de tener un Cristo desfigurado, sino
que podamos ver en tu rostro el rostro del Padre, la mirada de tu Madre; el
amor de Dios y la dulzura de quien te amamantó. Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
PADRE
NUESTRO…
VII ESTACIÓN
“Jesús cae por segunda vez”
P/
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
DEL LIBRO DEL LAS
LAMENTACIONES 3, 1-2. 9-11
“Yo
soy el hombre que ha visto la aflicción bajo el látigo de su furor: Me ha
llevado y me ha hecho caminar en tinieblas y sin luz. Ha cercado mi camino con
sillares, ha torcido mis senderos. Me ha acechado como un oso, como un león
escondido. Ha intrincado mi camino para desgarrarme, me ha dejado destrozado”.
Palabra de Dios.
MEDITACIÓN
Exhausto,
el Señor, cae por tierra; son nuestros pecados los que lo aplastan. Su camino
está cercado de dolor e intrincado de sangre, polvo y acusaciones. Fácilmente
quienes le miran piensan que todo acabaría ahí; quienes le conocen saben que
Jesús no deja nada a medio camino: su voluntad está orientada al Gólgota. Con
su fuerza anima y trae consigo a cuantos caen sin fuerzas ahora, producto de la
enfermedad, del sufrimiento físico o moral. Jesús lleva una cruz mucho más
pesada y se puede levantar, —“No avanzar
es retroceder” (San Agustín)— pues lo mueve la voluntad del Padre y aun su
plan no está consumado. La soberbia ha hecho caer al mundo de rodillas; la
humanidad también hoy ha sido aplastada. Pero pensemos, ya Jesús había caído
—aunque inocente— y levantado por todos. El Señor, el Profeta, el Mesías deja
en ridículo la conciencia oscura del hombre necio que sabe que por su culpa Jesús
sufre aquel escarnio. Los necios —es infinito el número de los necios— le ven
caído, sin ningún remordimiento, le han devuelto la espalda. El resto fiel —
los nuevos anawines— le siguen y
sufren con Él cada caída, cada grito de dolor; van asociándose a sus
sentimientos (Cfr. Flp 2, 5). Ahora en casa, donde estemos, cada uno va
configurando su nostalgia, su sufrimiento o dolor con el de Jesús; a la hora de
la oración “salí de mi postración y, con
las vestiduras y el manto rasgados, caí de rodillas, extendí las manos”
(Esd 9, 5), como aquel publicano del templo y sin levantar la mirada dije: “¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy
pecador!” (Lc 18, 13).
ORACIÓN
Señor,
al verte caído una vez más por nosotros, la vergüenza no nos deja levantar la
mirada, pero levanta tú, Señor, nuestro corazón y haz que caminemos contigo y
nos asociemos a tu dolor. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
PADRE
NUESTRO…
VIII ESTACIÓN
“Jesús encuentra a las mujeres
de Jerusalén”
P/
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
DEL EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS
23, 27-29. 31
“Le
seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y lamentaban por
él. Jesús se volvió a ellas y les dijo: ‘Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí;
llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque llegarán días en que
se dirá: ¡Dichosas las estériles, las entrañas que no engendraron y los pechos
que no criaron! Porque si hacen esto con el leño verde, ¡qué no se hará con el
seco?”. Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
También
hoy son muchos los que siguen a Jesús, aun en medio de tantos desafíos:
persecuciones, difamaciones y muerte. No hay mucha diferencia entre el riesgo
de la tarde de aquel día y el ocaso de un mundo agitado por el miedo a morir.
Las mujeres, una vez más, muestran su determinación: le siguen, le reconocen y
lloran porque le aman. A muchos se nos está olvidando llorar (Cfr. Papa
Francisco); ya no lloramos a nuestros muertos, ni a los condenados, ni a los
injustamente presos. El camino hacia el reposo final se ha desacralizado; ya no
se guarda luto. Jesús consuela a aquellas que lloran, como consuela a la mujer
adúltera con el perdón (Cfr. Jn 8, 10-11); o a Marta que llora por su hermano
Lázaro (Cfr. Jn 11, 20-27); o a la viuda de Naín —lugar de consuelo—
devolviéndole a su hijo (Cfr. Lc 7, 13-15). Jesús avanza, hace camino junto con
los que lloran, con los que le condenan, con los espectadores y se vuelve a la
mujer; el Señor tiene especial cariño por las mujeres de quienes siempre estuvo
rodeado (Lc 8, 1-3): por su Madre (“Dichosos
más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan” (Lc 11, 28), por
María, por Marta. Es el mismo cariño y respeto que la Iglesia tiene por la
mujer y por su dignidad; a través de los pastores enjuga las lágrimas de tantas
madres que lloran a sus hijos, de tantas esposas que lloran a sus esposos.
ORACIÓN
Señor,
el mundo que rechaza el llanto ahora siente deseo de llorar: de llorar a los
pobres, a los fallecidos, a los niños que sufren la guerra, a los ancianos
solos. Transforma nuestro llanto en gozo y has de la Iglesia y del mundo los
cielos nuevos y la tierra nueva que se nos promete. Por Cristo nuestro Señor.
Amén.
PADRE
NUESTRO…
IX ESTACIÓN
“Jesús cae por tercera vez”
P/
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
DEL LIBRO DE LAS LAMENTACIONES
3, 27-30
“Bueno
es para el hombre soportar el yugo desde su mocedad. Que se esté solo y
silencioso, cuando el Señor se lo impone; que humilla su boca en el polvo:
quizá así quede esperanza; que ponga la mejilla a quien lo hiere, que se harte
de oprobios”. Palabra de Dios.
MEDITACIÓN
Nuevamente
el cuerpo de Jesús cae en tierra, seguro violentamente, por su natural
fragilidad. El dolor y el peso de la cruz han debilitado más sus fuerzas
físicas. Sin embargo, aún le falta mucho que recorrer. Si Jesús hubiese dejado
todo hasta aquí habrían tenido éxito las tentaciones del enemigo, pero no,
Jesús es Dios y Dios es amor. La fuerza del amor por los hombres lo mueven, lo
levantan; parece imposible, pero su caída es breve, como breve es la vida de
este mundo desde la caída de Adán y eterna la vida en Dios ganada por
Jesucristo. El Señor no se queja, no grita improperios; asumió en silencio
aquella prueba e iba como cordero al matadero (Cfr. Is 53, 7) ¡Que fecundo es
el silencio! Sus labios silenciosos gustan el polvo del camino, ¡recuerda,
hombre, que eres polvo! Sus verdugos
no tienen compasión de Él; le levantan con violencia. ¡Cuánta soberbia hay
detrás de una corrección sin caridad! No
es la mano de un discípulo, no son los brazos de su Madre quien le levanta, es
su verdugo ¡Cuántos verdugos! ¡Cuántas torturas! ¡Cuántos torturados!
ORACIÓN
Señor,
volviste a caer. Ya no te quedan muchas fuerzas y quieres que te ayudemos a
levantar. Danos el don de tu Espíritu, para que, por los méritos de tu pasión
alcancemos la fuerza que también a nosotros nos falta para levantarnos e ir
hasta ti y ver, y quedarnos contigo. Que vives y reinas por los siglos de los
siglos. Amén.
PADRE
NUESTRO…
X ESTACIÓN
“Jesús es despojado de sus
vestiduras”
P/
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
DEL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN
19, 23-24
“Los
soldados después de crucificar a Jesús, tomaron sus vestidos e hicieron con
ellos cuatro lotes, uno para cada soldado. Tomaron también la túnica, que no
tenía costura; estaba tejida de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron:
‘Mejor no romperla; echemos a suertes, a ver a quién le toca”. Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Jesús
ya está en el Gólgota, en el lugar donde será crucificado. Su camino ha sido
distinto al de su entrada en Jerusalén cuando lo recibieron conmovidos (Cfr. Mt
21, 8-11). Ya no hay mantos, ni ramas, ni hosannas, pero Él seguía siendo el
bendito, el que vienen en nombre del Señor; su identidad sigue siendo la misma,
es el Hijo del Altísimo (Cfr. Lc 1, 32). En Belén —casa del pan— fue envuelto
en pañales (Cfr. Lc 2, 12); en Jerusalén fue despojado de sus vestiduras. Sus
verdugos hacen fiesta con sus ropas y echan a suerte su túnica, inconsútil,
única, como Una es la Iglesia —San Cipriano—. Una vez más le hacen pasar por la
vergüenza de la desnudez, le confirman malhechor, le denigran e hieren su
dignidad; también hoy son muchos los despojados de su dignidad: se les violan
sus derechos: son despojados de la justicia, del amor, del pan, de los bienes.
Jesús pasa por aquella humillación para vestirnos
del hombre nuevo y reconciliarnos con Dios por medio de la cruz (Cfr. Ef 2,
15-16); en eso consiste la nueva vida en Cristo, en revestirse del Hombre
Nuevo, creado según Dios (Cfr. Ef 4, 24). La Iglesia, los cristianos,
revestidos de Dios, se despojan de sí mismos para darse a los verdaderamente
despojados de este mundo: los pobres, los enfermos, los abandonados, los
separados.
ORACIÓN
Señor,
te despojas de todo, al punto de rebajarte hasta la muerte. ¡Cuánto nos cuesta
a nosotros deshacernos de lo superficial! Haz que aspiremos, más bien, las
cosas del cielo, las eternas. Despójanos tú, Señor, de cuanto nos pesa y nos
oprime y revístenos del hombre nuevo. A Ti que vives y reinas por los siglos de
los siglos. Amén.
PADRE
NUESTRO…
XI ESTACIÓN
“Jesús clavado en la cruz”
P/
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
DEL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO
27, 37-38
“Sobre
su cabeza pusieron, por escrito, la causa de su condena: ‘Éste es Jesús, el rey
de los judíos’. Y al mismo tiempo que él crucificaron a dos bandidos, uno a la
derecha y otro a la izquierda”. Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Sucede
lo esperado, Jesús ha sido crucificado; era la hora tercia (Cfr. Mc 15, 25);
ahora sus brazos se extienden en el travesaño del madero, sus santas y
venerables manos han sido clavadas. Es una escena mucho más dramática. Las
intransigentes palabras de Pilato tienen lugar: “Lo escrito, escrito está” (Jn 19, 22). Lo anunciado por el mismo
Jesús se ha cumplido: “El Hijo del hombre
será entregado… lo condenarán a muerte” (Mc 10, 33). Su sacrificio está por
consumarse, no se baja de la cruz, más bien, es elevado, como Moisés elevó la
serpiente de la salud en lo alto (Cfr. Núm 21, 8-9) y así mirarán al que
traspasaron (Cfr Zac 12, 10; Jn 19, 37). Nunca fue un Dios escondido, siempre
se dejó ver; en esto consiste la grandeza de la Encarnación: que Dios se deja
ver y el que lo mire, ese vivirá. Crucificado, siente sed y, por agua, le
dieron vinagre (Cfr. Jn 19, 28-29). La sed de Jesús nos remonta al encuentro
con la samaritana a quien le pidió de beber (Cfr. Jn 4, 7). Desde la cruz el
Señor sigue teniendo sed de nuestra fe y de nuestra fidelidad a su palabra; él
es, al mismo tiempo, el agua que calma la sed: “el que beba del agua que yo le dé no tendrá sed jamás” (Jn 4, 14).
Desde la cruz sigue perdonando: “Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34); perdona al buen
ladrón (Cfr. Lc 23, 39-43). Desde la cruz, entrega a su Madre al Apóstol (Cfr.
Jn 19, 26-27). E insólitamente, siente la ausencia de su Padre: “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has
abandonado?” (Mc 15, 34), era la hora nona. Desde la cruz Jesús nos dejó
una oración: el cristiano, siempre ayudado por María, su madre, podrá gritar a
Dios, podrá perdonar, podrá ser traspasado de amor.
ORACIÓN
Señor,
siempre vivo pero crucificado aun en tantos que te dan la espalda, en tantos
perseguidos, en la Iglesia. Tus heridas nos han sanado y tu dolor nos han
alcanzado fortaleza, para suplicar desde lo más hondo, ¡Dios mío, Dios mío! Que
nuestra súplica, aun en medio del sufrimiento, sea confiada y haga de nosotros,
hombres misericordiosos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
PADRE
NUESTRO…
XII ESTACIÓN
“Jesús muere en la cruz”
P/
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
DEL EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS
15, 33. 37-39
“Llegada
la hora sexta —hacia el mediodía—, la oscuridad cubrió toda la tierra hasta la
hora nona —hasta las tres de la tarde—. Jesús, lanzando un fuerte grito,
expiró. Entonces el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo. El
centurión, que estaba frente a él, al ver que había expirado de aquella manera,
dijo: ‘Verdaderamente este hombre era hijo de Dios”. Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
También
Jesús quiso experimentar la muerte; antes había llorado la muerte de su amigo
Lázaro (Cfr. Jn 11, 35) y seguro la de su padre San José. El Señor no simula
que muere, no duerme, ha muerto verdaderamente, como profesamos en el Credo: “fue crucificado, muerto y sepultado”. Antes
de morir, dijo: “Todo está cumplido’. E
inclinando la cabeza, entregó el espíritu” (Jn 19, 30); su costado fue
traspasado y al instante salió sangre y agua (Cfr. Jn 19, 34); nace la Iglesia
y con ella los sacramentos más importantes, el Bautismo y la Eucaristía. Como
en la sinagoga de Nazaret, en el Gólgota todos los ojos estaban fijos en él
(Cfr. Lc 4, 20): los de su Madre, los del Apóstol. También nuestros ojos están
mirándole y nuestras almas se llenan de él; nuestra esperanza está puesta en
él. Sabemos lo que, en silencio, está pasando. Aquella escena parece el fin, y
hasta el cosmos se conmueve; la creación entera está expectante (Cfr. Rm 8,
19). Ésta escena se actualiza cada vez que la Iglesia celebra la Santa Misa;
anuncia la muerte y proclama la resurrección del Señor. Naturalmente, pensamos
ahora en todos los que han muerto y se han asociado e incorporado por el
bautismo a la muerte de Jesús (Cfr. Rm 6, 3-11); el que haya creído en él,
vivirá (Cfr. Jn 11, 25-26). En medio de la densa oscuridad, se alza el Señor
Crucificado; ha vencido. El amor siempre vence (Cfr. Juan Pablo II).
ORACIÓN
Señor,
adoramos tu Cruz gloriosa; bebemos las gracias derramadas de tu costado y nos
hacemos partícipes de tu muerte para resucitar un día contigo. En medio del
sufrimiento, del escándalo y de la muerte, danos la fe de aquel hombre que te
reconoce, aun en medio de la oscuridad del mundo, como el verdadero Hijo de
Dios. A Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
PADRE
NUESTRO…
XIII ESTACIÓN
“Jesús es bajado de la cruz”
P/
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
DEL EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS
15, 42-43. 45-46
“Ya
al atardecer, como era la Preparación, es decir, la víspera del sábado, vino
José de Arimatea… y tuvo la valentía de entrar donde Pilato y pedirle el cuerpo
de Jesús; informado por el centurión, concedió el cuerpo a José. Éste compró
una sábana y lo descolgó de la cruz”. Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Jesús,
muerto, entra al Santuario, pasa el umbral de éste mundo, ofreciendo su propia
sangre, alcanzándonos así la liberación definitiva (Cfr. Heb 9, 11-13). La
Madre de Jesús está ahí, al pie de la cruz; ella recoge en el cáliz de su
corazón traspasado la sangre purísima de su Hijo; enjuga las lágrimas del
Apóstol y as mujeres que le acompañan. La Virgen Madre no olvida la escena del
pesebre ni la ternura de Aquel niño que llora por ser amamantado de sus pechos.
Ahora, el pesebre es la cruz, el Hijo grita de dolor, exhala el espíritu, está
muerto. Sus brazos se extienden para abrazarlo; María está impregnada de él.
Tal vez se esfuerza en decir algo y, aunque no diga nada, le basta amar. “Ella
nos da a luz ‘de nuevo’ al pie de la cruz, porque ya lo ha hecho una primera
vez, no en el dolor, sino en la alegría, cuando dio al mundo justamente aquella
‘Palabra viva y eterna’, que es Cristo, en el cual fuimos regenerados” (Cfr.
Raniero Cantalamessa) y que ahora recibe, muerto, en sus brazos. Así lo toman
los sacerdotes y los fieles en sus manos, muerto y resucitado porque es fuerza
de Dios (Cfr. 1Cor 1, 18).
ORACIÓN
Señor,
te has puesto en nuestras manos, en las manos de tu Madre; aun siendo Dios
quieres dejarte abrazar por la humanidad. Hecho Pan quieres dejarte comer por
los hombres y, ahora, camino al sepulcro, nos dejas el perfume de tu misión
cumplida. Danos ser partícipes conscientes de este misterio. Por Jesucristo
nuestro Señor. Amén.
PADRE
NUESTRO…
XIV ESTACIÓN
“Jesús es puesto en el
sepulcro”
P/
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
DEL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO
27, 59-60
“José
tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo puso en su sepulcro nuevo
que había hecho excavar en la roca; luego, hizo rodar una gran piedra hasta la
entrada del sepulcro y se fue”. Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
El
cuerpo sin vida del Señor es envuelto en sábanas y ungido para la sepultura; el
que ha muerto es un hombre. Los pañales del pesebre y la mirra de los magos ya
anunciaban su muerte. Ha muerto el Ungido, el Cristo. La tristeza oscura de
aquella tarde compungió el corazón de todos. Los discípulos, tristes y
decepcionados no lograban entender aquella escena, pero su corazón ardía (Cfr.
Lc 24, 16-21. 32). Con razón dirá san Pablo que la cruz es escándalo para los
que se pierden, más para los que se salvan es fuerza de Dios (Cfr 1Cor 1, 18.
23). Jesús, no sólo experimenta la muerte, sino también el sepulcro, es
enterrado; la dignidad de su cuerpo es preservada de ser mutilada o abandonada;
es preservado de la corrupción y desciende a los infiernos (Cfr. Credo
apostólico) a rescatar a los que estaban condenados (Cfr. 1Pe 3, 19). ¡Cuántos
se quedan hoy sin sepulcro! ¡A cuántos les toca hoy sortear un lugar donde
descansar en paz! Jesús quiere hacerse semejante en todo a sus hermanos (Cfr.
Heb 2, 17); hasta en su sepultura participa de nuestra humanidad y, nosotros de
la suya, participamos de su divinidad, pues, por el bautismo fuimos sepultados
con él (Cfr. Rm 6, 4). Las aguas del bautismo son como un sepulcro donde
debemos dejar el pecado y nuestra antigua vida para salir regenerados —
resucitados— en la gracia que nos hace hijo de Dios.
ORACIÓN
Señor,
experimentaste el dolor, la muerte y el sepulcro. Libre de toda corrupción nos
ha hecho partícipes, por el bautismo de tu misma condición y no perecer en la
corrupción eterna. Cuando seamos llamados, danos la gracia de descansar
dignamente y que sobre nuestra lápida pueda olerse la fragancia de Cristo. Que
vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
PADRE
NUESTRO…