DEJAR QUE LA LUZ BRILLE
Pbro. Antony Josué
Pérez
30 de Abril de 2017
Los acontecimientos
de los últimos días en nuestro País nos informan que la situación es cada vez
más delicada. No parece haber forma de que los actores políticos se puedan
sentar a negociar o a acordar una solución que, necesariamente debe ser
pacífica, constitucional, democrática y electoral. El gobierno, de por sí deslegitimado
popularmente, en su afán de poder y fidelidad a un sistema fracasado y que sólo
ha traído odio y división a nuestro País, no renuncia a su talante autoritario
y dictatorial. La oposición, ahora, presionada por el ardor popular, de las
mayorías, parece echar a suerte todo por rescatar lo que desde hace varios años
estaba perdido: el Estado de derecho.
Tal vez esta
posición, cierta y evidente para cualquier mortal que sufre y vive de cerca la
realidad venezolana ganará el desprecio de los actores oficiales, actitudes
soberbias propias de ideólogos marxistas, socialistas y comunistas como tantos
en Latinoamérica. La autocrítica, que de por sí no les gusta a los sistemas
comunistas, no tiene lugar desde ningún sector, justamente, por su carácter dictatorial:
en Venezuela se hace sólo lo que el gobierno disponga, aun en contra de la
voluntad de la mayoría o sin importar que las medidas transgredan la constitución
o sean materia de delito, lo importante es mantener el sistema.
Aun así, en
atención a nuestras conciencias y principios no podemos callarnos; eso
representaría una especie de cobardía inhumana o falta de sensibilidad al grave
sufrimiento de nuestro pueblo. Como cristianos y ciudadanos de este País no
podemos dejar pasar la oportunidad de hacer que la “luz de Cristo brille” en medio de las tinieblas, densas, de
nuestra ignorancia. Como llegó a decir Mons. Romero, mártir de El Salvador, “Si denuncio y condeno la injusticia es
porque es mi obligación como pastor de un pueblo oprimido y humillado”. Precisamente
por eso, especialmente nosotros los pastores estamos llamados a no abandonar a
nuestro pueblo a la suerte de los que se han apartado del camino del bien y de
la democracia.
Es un gran
desafío acompañar al pueblo civil y pacífico en un ambiente tan hostil,
militarizado y lleno de persecuciones y amedrentamiento. Pero el Señor nos
ayuda y no quedaremos confundidos, por eso, hay que endurecer el rostro (Cfr.
Is 50, 4-7) con la determinante decisión de renunciar a cualquier cosa, lo que
sea, sin fanatismos estériles, sino con la convicción y el espíritu de los
profetas, por un bien mayor que es la paz de nuestra patria. Nadie ha dicho que
sea fácil el sacrificio, pero este nos alcanzará la libertad definitiva.
Después de este
largo desierto llegaremos a la patria de la libertad. Tendríamos que desear con
esperanza vivir en un país donde nunca más el gobierno, de izquierda o de
derecha, se crea dueño del Estado, del País o de la Patria. Estos años no ha
sido otra cosa que un grave error de nuestras débiles aspiraciones. Pues,
luchar por la libertad y las reivindicaciones son aspiraciones válidas, pero no
como lo hicieron los caudillos asesinos y delincuentes como "Che" Guevara
y Fidel Castro. No más que Bolívar y otros próceres nos han dejado mejores
caminos y políticas más convincentes. No basta querer asegurar la soberanía y
la independencia si no optamos por caminos verdaderamente transitables; estos
principios no se aseguran imponiendo sistemas personalistas, ateos y de poder
que sólo anulan la democracia y la paz, promoviendo odios y divisiones como muy
bien lo saben hacer los populistas.
Seguimos necesitando
grandes líderes, buenos políticos, de principios éticos y morales, demócratas y
sobre todo cristianos que puedan reconducir a nuestro País a lo que debimos ser
siempre: Una Patria libre. Extendamos el bastón de la fe para que nuestro
pueblo pase por los caudales de la esclavitud a la tierra de la libertad y no
olvidemos que Venezuela está consagrada al Santísimo Sacramento. Amén.