UNA SEMBLANZA SOBRE LA LITURGIA.
Pbro. Antony Josue Pérez
La Liturgia en
la Iglesia es el medio por el cual se ejerce la obra de nuestra Redención,
sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía. Por tanto, Cristo está
siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. En efecto,
la Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo
tiempo es fuente de donde mana toda su fuerza (Cfr. Sacrosanctum concilium, 2, 7, 10).
Por eso, la
“educación litúrgica” supone, sobre todo para los candidatos al sacerdocio y
para los sacerdotes, un camino pedagógico que les inserte la vida misma en el
misterio pascual de Cristo, que les adhiera a la comunión, don y fruto de los
Sacramentos. La santificación de las horas y la celebración del memorial aunque
no agota las actividades del Seminario sí que tienen un lugar principal, que
hace a la comunidad discipular una comunidad litúrgica. Por eso el Pastor, especialmente
el Obispo, en su condición de ministro de las cosas sagradas, es ante todo,
ministro del Sacrificio de la Misa (Cfr. PDV, 48), ministro ordinario de los
Sacramentos y liturgo por excelencia (Cfr. Sacramentum
caritatis, 39).
En nuestra
pequeña comunidad cristiana como seminario sacerdotal y discipular se subraya
la primacía de la acción litúrgica. Por tanto, no se puede tener como menos en
la espiritualidad del candidato y los consagrados; no pueden separarse
—espiritualidad y Liturgia—, ambas se informan, se comunican. Ello supone una
correcta educación y un adecuado ejercicio de lo que significan las
celebraciones y encuentros, especialmente la Eucaristía. El Seminario es, en su
núcleo, formación litúrgica; una casa de amplia formación cultural que implica
una estrecha relación con los diversos talentos humanos complementados entre sí
y que exige una respuesta. De esta realidad activa —litúrgica— se ha de
difundir, como aroma suave, la alegría en la comunidad. Cuando la liturgia es
el centro de la vida puede transformarse y superar la carga del día; así nos
hallamos en el ámbito de la exhortación paulina: “estén siempre alegres” (Flp 4, 4). Desde esta experiencia los
seminaristas y sacerdotes serán “cooperadores de la alegría” (Cfr. 2Cor 1, 24).
(Cfr. Ratzinger J. “Un canto nuevo para
el Señor”, SÍGUEME)
Para ello es
necesario retomar el estudio constante de los documentos de la Iglesia. Además,
tener en cuenta una serie de disposiciones personales y comunitarias que
aseguren la eficacia de la acción litúrgica: recta disposición de ánimo,
consonancia entre el alma y la voz, el interior y la actitud y una profunda
colaboración con la gracia divina, sin dejar de lado la indispensable
observación de las leyes relativas a la celebración válida y lícita. La
disposición interior no anula esta observación, ni el cuidado de las leyes
perturba la disposición del alma; la adecuada observación no deja de ser un
servicio al espíritu y a la imperiosa participación de los fieles para que sea
consciente, activa y fructuosa (Cfr. Sacrosanctum
concilium, 11).
No puede dejarse
ver a la Liturgia como lo que es, cumbre y fuente, la acción del “Cristo total”
(Christus totus) en la comunidad que
celebra acompañada de las acciones, las palabras y los símbolos que son, a su
vez, lenguaje y respuesta de fe (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1136.
1140. 1153) en la armonía de los
signos (cantos, música, palabras y acciones).