sábado, 26 de noviembre de 2016

UNA SEMBLANZA SOBRE LA LITURGIA

         UNA SEMBLANZA SOBRE LA LITURGIA.
Pbro. Antony Josue Pérez

La Liturgia en la Iglesia es el medio por el cual se ejerce la obra de nuestra Redención, sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía. Por tanto, Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. En efecto, la Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo es fuente de donde mana toda su fuerza (Cfr. Sacrosanctum concilium, 2, 7, 10).

Por eso, la “educación litúrgica” supone, sobre todo para los candidatos al sacerdocio y para los sacerdotes, un camino pedagógico que les inserte la vida misma en el misterio pascual de Cristo, que les adhiera a la comunión, don y fruto de los Sacramentos. La santificación de las horas y la celebración del memorial aunque no agota las actividades del Seminario sí que tienen un lugar principal, que hace a la comunidad discipular una comunidad litúrgica. Por eso el Pastor, especialmente el Obispo, en su condición de ministro de las cosas sagradas, es ante todo, ministro del Sacrificio de la Misa (Cfr. PDV, 48), ministro ordinario de los Sacramentos y liturgo por excelencia (Cfr. Sacramentum caritatis, 39).

En nuestra pequeña comunidad cristiana como seminario sacerdotal y discipular se subraya la primacía de la acción litúrgica. Por tanto, no se puede tener como menos en la espiritualidad del candidato y los consagrados; no pueden separarse —espiritualidad y Liturgia—, ambas se informan, se comunican. Ello supone una correcta educación y un adecuado ejercicio de lo que significan las celebraciones y encuentros, especialmente la Eucaristía. El Seminario es, en su núcleo, formación litúrgica; una casa de amplia formación cultural que implica una estrecha relación con los diversos talentos humanos complementados entre sí y que exige una respuesta. De esta realidad activa —litúrgica— se ha de difundir, como aroma suave, la alegría en la comunidad. Cuando la liturgia es el centro de la vida puede transformarse y superar la carga del día; así nos hallamos en el ámbito de la exhortación paulina: “estén siempre alegres” (Flp 4, 4). Desde esta experiencia los seminaristas y sacerdotes serán “cooperadores de la alegría” (Cfr. 2Cor 1, 24). (Cfr. Ratzinger J. “Un canto nuevo para el Señor”, SÍGUEME)

Para ello es necesario retomar el estudio constante de los documentos de la Iglesia. Además, tener en cuenta una serie de disposiciones personales y comunitarias que aseguren la eficacia de la acción litúrgica: recta disposición de ánimo, consonancia entre el alma y la voz, el interior y la actitud y una profunda colaboración con la gracia divina, sin dejar de lado la indispensable observación de las leyes relativas a la celebración válida y lícita. La disposición interior no anula esta observación, ni el cuidado de las leyes perturba la disposición del alma; la adecuada observación no deja de ser un servicio al espíritu y a la imperiosa participación de los fieles para que sea consciente, activa y fructuosa (Cfr. Sacrosanctum concilium, 11).


No puede dejarse ver a la Liturgia como lo que es, cumbre y fuente, la acción del “Cristo total” (Christus totus) en la comunidad que celebra acompañada de las acciones, las palabras y los símbolos que son, a su vez, lenguaje y respuesta de fe (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1136. 1140. 1153) en la armonía de los signos (cantos, música, palabras y acciones).