LA SENSIBILIDAD DEL PASTOR
Pbro. Antony Josué Pérez
09 de Marzo de 2017
La Formación Sacerdotal,
según los documentos de la Iglesia, debe procurar que los discípulos candidatos
al ministerio ordenado se configuren de tal manera con el Señor que estén en
comunión con sus mismos sentimientos y actitudes (Cfr. PDV, 57; Fil 2,5). En
otras palabras, se trata de asegurar una verdadera sensibilización del
sacerdote y del futuro pastor.
Las Sagradas
Escrituras nos dejan muchos pasajes donde Jesús muestra la caridad del Pastor:
un denominador común en cada historia es el encuentro compasivo entre el que sufre y el Señor. “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!” (Lc 17, 13), le
gritaron los leprosos camino a Jerusalén. Mientras recorría los pueblos
enseñaba y curaba; al ver a la gente “sintió
compasión de ellos” (Mt 9, 36). La misericordia va permeando el ministerio
de Jesús: perdona los pecados (Mc 2, 5), cura a los enfermos (Mt 12, 9-14).
De tal manera
que es Jesucristo el modelo más fiel de la sensibilización. Ello supone,
además, la cercanía, la atención y el acompañamiento del Maestro. Justamente
llamó a los apóstoles “para que
estuvieran con Él” (Mc 3, 14), para que, entre otras cosas, se sintieran
seguros con Aquel que experimentaba ya la pobreza: no tenía siquiera donde
recostar la cabeza (Lc 9, 58). El Señor trama una relación marcada por la
ternura: “¡Cuántas veces quise juntar a
tus hijos, como la gallina junta a sus pollitos bajos las alas!” (Lc 13,
34).
Familiarizarse
con el Señor es necesario para el discípulo que quiere parecerse a Él, que
desea ser pastor de almas, que quiere dar la vida por las ovejas (Jn 10, 11).
Ello implica iniciar ese proceso de aprender a “ser humano”. La sensibilización consiste justamente en ser humano,
capaz de entender el problema y las debilidades del otro, tener compasión del
semejante (Cfr. Heb 5, 2), hacerse buen samaritano (Lc 10, 25-37), capaz de
detenerse y curar las heridas del que necesita.
Hoy, como
siempre, hacen falta muchos sacerdotes, pero que, sobre todo, sean sensibles,
compasivos, tiernos; tan humanos y llenos de bondad como Jesús. No puede ser el
formando, y más, el consagrado, una dura roca, seca, áspera, que solo golpea y
hiere. No pueden ser seres egoístas, incapaces de renunciar a sus propios
intereses, a su tiempo y comodidades los que optan por el ministerio
sacerdotal, pues, precisamente el ministro es imagen del Buen Pastor.
¡Danos, Señor,
un corazón como el tuyo!